El regreso a tierra
Al anochecer, Santiago divisa las luces de La Habana a lo lejos. Para entonces, los tiburones han devorado casi todo el pez, dejando solo el esqueleto, la cabeza y la cola.
Cuando finalmente llega a puerto es de noche. Exhausto hasta el punto de casi desfallecer, amarra el bote y emprende el camino a su cabaña con el mástil al hombro, deteniéndose varias veces para descansar.
Al llegar a su choza, se desploma en la cama y cae en un sueño profundo. Por la mañana, el muchacho lo encuentra. Al ver las manos lastimadas del viejo, Manolín comienza a llorar silenciosamente.
En el puerto, los pescadores se reúnen alrededor del bote, midiendo el esqueleto del pez: "Tenía dieciocho pies de la nariz a la cola", exclama uno. Todos reconocen que era un pez extraordinario.
Mientras tanto, algunos turistas en la Terraza ven el esqueleto del pez en el agua. "¿Qué es eso?", pregunta una mujer. "Tiburón", responde el camarero, sin entender realmente lo que había sucedido.
El muchacho vela por el viejo mientras duerme, prometiendo que volverán a pescar juntos. Santiago, agotado pero en paz, sueña con leones en la playa africana de su juventud.