De la visión mercantilista al libre comercio
El mercantilismo, que dominó el pensamiento económico europeo entre 1500 y 1750, consideraba que la riqueza de una nación estaba en sus metales preciosos. Bajo esta visión, un país solo podía enriquecerse a costa de otros, y debía mantener un superávit comercial (exportar más de lo que importaba).
Con la llegada de los economistas clásicos, esta visión cambió radicalmente. David Hume cuestionó que un país pudiera acumular metales preciosos indefinidamente, mientras que Adam Smith propuso que la verdadera riqueza de una nación está en su capacidad productiva.
Smith desarrolló el concepto de ventaja absoluta, que propone que cada país debe especializarse en producir aquello en lo que es más eficiente que otros países. Por ejemplo, si el país A produce paño con menos trabajo que el país B, pero el país B produce vino más eficientemente, cada uno debe especializarse en lo que hace mejor e intercambiar.
David Ricardo fue más allá con su teoría de la ventaja comparativa, demostrando que incluso si un país no tiene ventaja absoluta en ningún producto, todavía puede beneficiarse del comercio internacional. Lo importante no es ser el mejor en algo, sino especializarse en lo que se produce relativamente mejor.
El comercio internacional ha impulsado el crecimiento económico global durante décadas. Los estudios muestran que los países en desarrollo que más crecieron en los años 90 fueron los más abiertos al comercio mundial.
¿Sabías que? La productividad, que mide la eficiencia de producción, se calcula como la razón entre lo que se produce y lo que se necesita para producirlo. Este concepto es clave para entender las ventajas comparativas entre países.